OLEA OLIVUS
[OLEA OLIVUS]
[Fátima
Ruiz] Cuento sobre el ciclo del agua y la sabiduría de la tierra
Desde antaño se trasmiten ciertas historias. Un abuelo
las contó a su nieto y este al suyo… y así hasta el día de hoy. Con cada
generación la historia se va amoldando a los tiempos que corren porque los
cuentos también evolucionan. Nadie sabe cuándo comenzó lo que hoy narramos, el
caso es que todos somos iguales desde siempre. Y ahora, a leer.
Hace tiempo, mucho, mucho tiempo, las Nubes y el Sol
eran grandes amigos. Tanto así que acostumbraban a jugar juntos a cada momento,
sin importar la estación del año en la que estuvieran. No había límite para sus
juegos, no debían parar para comer o dormir la siesta. Solo tenían que
preocuparse de bailar, correr y saltar entre el cielo y la tierra. Bajaban y
subían una y otra vez. Cruzaban el mundo haciendo carreras de sacos y saltando
los charcos. No había temibles tormentas ni desastres, el libre albedrío
arbitraba las estaciones del año según el juego escogido.
Pero tan abstraídas estaban en disfrutar de su amistad
que no se dieron cuenta de que alguien más tenía algo que ver en su diversión.
El Viento jugaba con ellas en silencio, era un chico tímido y callado, prudente
y responsable. Jamás corría demasiado rápido para no caer, jamás perseguía a
las Nubes o al Sol demasiado cerca para no provocar nunca su caída. Tan sutil y
silencioso era en su juego que, en ocasiones, las nubes y el Sol no se daban
cuenta de que estaba allí. El Viento fue comprensivo y prudente durante
bastante tiempo. Aunque sintió que sus amigos no le daban su lugar no se
enfadó. Quería un turno al jugar al parchís entre las filas de olivos pero se
aburrió al ver que nunca le prestaban el dado. Tampoco le repartieron las
fichas para jugar al dominó sobre los invernaderos, y para colmo, en el último
concurso de regatas en el Mar de Alborán, ¡ni siquiera esperaron a que su
barquito se hubiera colocado en la línea de salida para la carrera!
Aquel día, el Viento se enfadó tanto que su genio se
agitó y con él lo hizo también el mar. El aire levantó enormes olas de agua y
espuma que derribó el velero de las Nubes y permitió ganar al barquito dirigido
por el Sol. Nadie sabía de dónde había salido aquel viento tan fuerte, pero de
nuevo, nadie se percató de la presencia enfurecida de su silencioso amigo.
Las nubes eran las más intrépidas de los dos y
comenzaron a darse cuenta de que algo extraño ocurría. Antes todo era fácil y
divertido, pero últimamente todos sus juegos acababan revolucionando los gases
que las componían. Si todo seguía así… no podrían evitar que el equilibrio
desapareciera. Las nubes no solo jugaban con el Sol, escondiendo sus rayos o
dejándolos pasar para calentar la tierra, sino que además estaban encargadas de
saciar la sed de todo el que habita la tierra y el cielo.
—Sol, algo está pasando. Creo que estás calentando
demasiado la tierra. Algo estás haciendo mal porque yo cada vez me divierto
menos cuando juego contigo.
—¿Y yo soy el culpable? ¡Yo no he hecho nada malo! Si
ya no quieres jugar conmigo es tu decisión, no lo hagas. Yo encontraré a alguien
más con quien jugar.
Y eso hizo, el Sol comenzó a jugar con la Luna.
¿Vosotros sabíais que durante el ciclo lunar hay noches en las que la Luna no
sale porque lo hace de día? Pues esos días son los únicos en los que el Sol y
la Luna pueden jugar a sus anchas. Aún sin quererlo, el Sol se había enamorado
de la Luna y cuando no la veía se ponía tan triste que la tierra ardía bajo su
yugo sin control. La quería solo para él y sentía celos y rabia cada instante
en que la perdía de su vista. Olvidó a sus compañeras las Nubes, y por
supuesto, no recordó al Viento.
Las Nubes se habían sentido apenadas por la forma tan
descortés en la que el Sol le había hablado. Pensaron que con el Sol se había
marchado su única compañía. En cierto modo, ellas dependían del Sol para poder
vivir y alimentar al mundo. Si él ya no las quería… ¡necesitaban la influencia
del Sol para ser felices! Sin embargo, no solo fue ese el problema que acarreó
la disputa sino que las Nubes en lugar de traer consigo la lluvia, traían terribles
tormentas que destrozaban todo a su paso. Truenos, tormentas, ventiscas,
huracanes, riadas, granizo. No caía una gota donde el agua se precisaba y lo
hacía en excesiva abundancia donde no hacía falta. La pena las descontrolaba.
Por su parte, el Viento se sintió turbado por todo lo
que había ocurrido. No le apenaba que las Nubes y el Sol se hubieran
distanciado, sino que a pesar de ello ninguno de los dos había reparado en su
presencia. Desolado, sacudía su furia sobre la tierra alejando las nubes de las
tierras secas de Andalucía, de forma que ni una sola gota alegrara sus campos. Viento
y Luna compartían su tristeza, ninguno era feliz. Al Viento le faltaba la
amistad, a la Luna le fallaba el amor. El Sol se creía el dueño absoluto y las
Nubes no sabían a qué jugar sin la dominante compañía del astro rey.
Hartos del desequilibrio que sacudía a la naturaleza primavera
tras primavera, los habitantes de la tierra designaron a un responsable para
mediar en aquella situación. Una paloma elevó la misiva al cielo y todos
acudieron a la llamada de Olea Olivus, el árbol más sabio que habitaba aquellas
tierras. Dicen que habló durante horas, pero solo este fragmento se conserva de
aquella conversación.
—El pueblo está cansado. Hemos sido observadores y
pacientes pero vuestros destrozos parecen no tener fin. Os he de decir que
habéis entendido mal dos conceptos muy humanos: la amistad y el amor. Por
descontado que habéis olvidado vuestro deber de corresponsabilidad y equilibrio
con la naturaleza. Sol, el amor más sano es el que nos permite amar a más de
uno. Nubes, os equivocasteis al culpar a Sol de vuestro descontrol, toda esta
locura la orquestó el Viento para hacerse escuchar.
—¿Y qué sabrás tú? Un viejo árbol que no es capaz de
moverse del mismo trozo de tierra —gruñó el Sol, muy molesto por las palabras
del anciano árbol.
—¡Yo no he hecho nada! ¿Cómo te atreves a culparme de
algo así? —gritó el Viento—. Ellos andan discutiendo todo el día, nunca quieren
jugar conmigo así que decidí que ellos tampoco jugarían juntos.
El pobre Viento aún creía que era el único justo en
aquella reunión. La Nube no tardó en responder.
—Por fin alguien que reconoce que tengo razón, yo soy
una víctima en todo esto. Vosotros dos sois unos egoístas que no sabéis lo que
queréis. Ahora yo estoy sola y a vuestra merced, si el Sol no me calienta las
nubes nunca crecerán. Si el Viento no me mueve no lloverá donde necesitan el
agua. Y cuando llueva lo hará tan fuerte que barrerá la tierra con lodo y
muerte.
La Nube, llorosa y perturbada, tuvo que reconocer que,
a veces, necesitamos a los demás. Sol y Nubes habían dejado de jugar juntos a
pesar de que compartían la responsabilidad otorgada por la Naturaleza de
mantener activo el ciclo del agua y la vida.
El gran árbol se molestó tremendamente por las
protestas de su audiencia así que… ¡elevó su tronco arrancando sus raíces de la
tierra! Sus hojas se elevaron mostrando un gesto adusto que no gustó a nadie.
La madera crujió haciendo temblar a los asistentes. Se irguió proyectando su
sombra sobre los contendientes.
—Nadie es la víctima aquí. Todos habéis sido creados
para convivir en armonía y así ha de ser. La humanidad os va castigar con la
convivencia. No podréis vivir el uno con el otro. Separados queréis estar.
Separados seréis. Sol, amar no significa poseer, a partir de hoy la Luna gozará
de las estrellas cada noche, cuando tú no estés ellas la alumbrarán para
llenarla del gozo y la plenitud que tú pretendes negarte.
Nadie emitió sonido alguno más allá de un suspiro.
Quien tenía hombros los encogió, quien pudo temblar eso mismo hizo. Entonces
dirigió su dura mirada al Viento.
—Deseabas ser escuchado y en lugar de eso escucharás.
Portarás las quejas y las alabanzas del mundo, las guiarás de un lugar a otro
sin poderlas alterar. Querías hacerte notar y un chiflido insoportable alertará
de tu presencia. Mecerás las Nubes cumpliendo tu deber con la naturaleza. A
cambio de tanto castigo te doy el poder de enfriar al Sol. Y vosotras, bellas
Nubes, cubriréis la tierra para resarcirla de los excesos del Sol. Seréis
sombra y agua. El equilibrio que reclamáis se ha de mantener. —Por fin se
detuvo a tomar aliento antes de proseguir—. Ninguno de vosotros es
independiente, todos formáis parte del mismo engranaje: Nube, Sol, Luna y Viento.
Solo colaborando conseguiréis hermosos amaneceres, tardes de lluvia y descanso,
románticas tormentas de verano y noches a la luz de la Luna.
Desde entonces el ciclo de la vida es inamovible. Da
igual si los amigos discuten, si ella tiene razón o la tienen ellos, todos han
de convivir porque para eso fueron creados. Con el paso de los siglos han
aprendido a respetarse reconociendo las virtudes de cada uno, paliando los
defectos propios y confiando en que juntos podrían solucionar cualquier asunto
que se presentara. Aún tienen sus disputas, dicen que cuando el viento trae un
trueno es porque el Sol y la Luna discuten. Cuando cae el granizo es porque las
Nubes y la Luna han enfrentado el genio obstinado del Sol. También es cierto
que detrás de las peores tormentas el Sol siempre entra en razón y nos calienta
a todos con sus rayos dorados. El Viento sigue siendo un poco tímido pero
ahora, cuando quiere algo, silba a la montaña para ser escuchado en lugar de
sembrar discordia.
En algún lugar se ha leído que Olea Olivus jamás
volvió a fijar sus raíces en el campo. Alguna fábula afirma que con su
sabiduría recorre el mundo solucionando los conflictos que genera la
convivencia entre humanos, animales y
todo lo demás. En la provincia de Jaén los honran más que en ningún otro lugar
y su leyenda de sabiduría abarca ya a sus gentes. Como debe ser.
Cuento escrito para un certamen literario en relación al olivar. No gané. Pero disfruté.
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