Una peli del insti

Cada uno invierte su tiempo como quiere y yo he optado por la consumición individual: lectura y cine sin explosiones. 

Habrá quien pienso que "desbarro" pero estoy intercalando "La Librería" de Penelope Fitzgerald (lectura obligada y tardía, como puedes adivinar) con "Canto yo y la montaña baila" de Irene Solá. Si me has leído en las redes que esta última es la que me ha hecho comentar eso de que "el mejor escritor es el que se siente más libre cuando escribe". En realidad no sé si la frase es correcta gramaticalmente. Ni siquiera puedo asegurar que la semántica esté lograda. Puede que en el fondo no tenga claro ni el concepto. Lo que quiero decir es que encuentro el arte en la valentía de escribir sin pensar a quien ha de gustar. Irene escribe como le da la puta gana. Poemas de conceptas, sin rima ni ritmo pero con una fuerza inmensa.


"Cuando Doménec murió me quedé con todos estos pesos a la espalda. Pesos que no me dejan morir... Dejé de ser mujer para ser madre..." 

Algún día os desgranaré esta novela un poquito más. Desde luego lo merece, por arriesgada, por franca y por contundente. No se puede tener menos vergüenza, en el sentido más halagador de la expresión.

Y como ando loca contando cuanto pienso os hablaré de mi última película. Son las cuatro de la madrugada, hace algunos minutos que acabó. Desenchufé el brasero y me impulsé para marchar a la cama... y entonces pensé en todas esas veces que me sentí MAFG (mejor amiga fea y gorda). No lo tomes de modo literal. Es una americanada para poner etiquetas a todos los que no destacan por encima de los demás, es decir: a todos. Porque todos somos menos guapos o simpáticos que alguien. Todos somos menos valientes o inteligentes. Lo importante es lo que hacemos con lo que sí somos, y no solo durante la adolescencia. La peli es "El último baile", dirigida por  Ari Sandel y protagonizada por Mas Whitman y Robbie Amell (sip, ese niño mono ¡toma etiqueta). La traducción del título me parece una cagada planetaria pero... no se puede ser perfecto, ¿de eso se trata no? Hasta la madre es una crack, tan preocupada por enseñar que se olvida de escuchar y de aprender ¡ ahí lo llevas!

Yo también gesticulo en exceso cuando estoy nerviosa.
También soy excesivamente cordial y sonrío demasiado.
Cuando estoy incómoda hablo poco y cuando prefiero no hablar
abandono la habitación.
No suelo callarme.

Yo lloré mucho en mi adolescencia. En realidad, no recuerdo si lloré de verdad o si solo me sentí morir durante algún tiempo. Hay una edad vulnerable al sistema de etiquetas que tiene lugar cuando sales del grupo familiar. Ya no solo perteneces a tu grupo familiar sino que buscas un grupo social y chica, ahí viene el problema. Todos los grupos no suman. Debo reconocer que el terror no me duró mucho, y que en mis tiempos no era tan contundente y dramático como lo es ahora. Lo que sí sé es que hizo más fuerte, tan tan fuerte emocionalmente que me permito llorar en todas las películas de Netflix.

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