QUERIDA MADRINITA
INTRODUCCIÓN
Hay acontecimientos históricos que marcan los recuerdos de un
país. La Guerra Civil española enfrentó a componentes de una misma familia. Todos agradecían
tener la verdad en sus manos. Cada uno de ellos estableció sus propias
prioridades; la lucha social, la batalla política, el fusil, el exilio y la
mayoría de ellos simplemente quisieron sobrevivir en la contiend,a sin digerir
el trasfondo de todo aquello. Nacionalistas y Republicanos protagonizaron los
frentes en esta guerra y se han perseguido durante décadas. Aún hoy, partidos
políticos de derechas y de izquierdas se miran entre ellos en lugar de observar
a todos aquellos a los que representan, y por cuyos derechos deben luchar. Todo se
pervierte.
Esta historia no habla sobre frentes, ideologías o
justificaciones. Trata sobre botas rotas, noches al raso, miedo y humanidad.
Solo hablo de personas. Es una PENA que aún hoy haya quien juzgue sobre si es
más o menos correcto escribir sobre un bando u otro. En todos murieron familias
enteras, en todos quedaron viudas, huérfanos y gente sin nada. Mancos ante la
supervivencia.
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Escogí las Madrinitas por su ambigüedad, así que no pienso dejar
que nadie me la quite. Estas mujeres fueron apoyo emocional en años en los que pegar un tiro era obligación, y no un
último recurso. Fueron familia, apoyo, el soporte moral y material del soldado.
Un nexo entre la población y sus
verdugos, y esto demuestra que los que mandaban, desde su despacho, no estaban
convencidos de su propia treta. Ellos sabían que el soldado era un arma que se
apaga como la esperanza, y los manipularon para recargar sus recámaras. Si
bien, la figura de la Madrina fue más común en el frente nacional, también tuvo
lugar entre el ejercito republicano pero de manera menos formal.
Aquellas mujeres tomaron un oficio sin ideología;
mantener al soldado vivo. Participar de la respiración del hombre y rezar por
ellos si lo consideraban pertinente. Otras solo decían lo que el soldado quería
escuchar: tu madre te manda saludos, tu
hermano ha vuelto a casa y está vivo (nunca sano). Algunas trabajaron con
firmeza por su país y su razón, hoy somos quienes somos por cada uno de estos
pasos. Otras acabaron enamoradas de hombres cuyos pies temblaban ante la
violencia que era norma en las filas. En un ambiente hostil, el amor se abría paso sin bombardeos ni besos en las esquinas. Como escritora me parece
fascinante enamorar a partir de las letras. Sobre esto trata mi historia.
RELATO
QUERIDA MADRINITA
3 de septiembre de 1937
Querido ahijado Juan
¿Cómo
estás? Que dice tu hermana que te vengas ya que vas a ser tito otra vez. No me
gusta que me digas que estás triste, la soledad del combatiente te enaltece.
Cuídate y dile a mi paisano que te enseñe una sevillana para regalarle a mis
oídos cuando vengas a Sevilla. Por aquí cuentan que cada vez sois más y que ya
mismo se acaba esto. No he sabido nada
de tu madre pero para cuando lo sepa mándame una foto y que vea lo bien que
trata el frente a los soldados guapos, que los hace hombres de provecho. Así de
paso te veo yo también, que a lo mejor tienes orejas de burro y no lo sé.
Contesta a tu madrinita y dime si te llegaron las galletas, que les puse mucho
empeño.
Dolores
Cano Solana
Madrina
de Guerra
15 de Noviembre de 1937
Ay
mi Madrinita querida si gritarte yo pudiera. ¿Cómo te digo que recibir carta en
el frente es lo único bueno que le encuentro a la contienda? Anoche soñé
contigo, con Sevilla y con ir a conocerte. Y de paso te devuelvo tu presente.
Las
galletas saben a gloria, vamos que si me muero y San Pedro me las pone en la
puerta me tiro de cabeza. Que sepas que todos mis compañeros quieren mi
madrinita para ellos pero yo ni una pista le doy de tu nombre, que se busquen
otra que yo a mi Dolores la quiero para mi solito. ¿Me juras que eres soltera?
Mira que me hago ilusiones y si no me mata guerra me mato del susto si te veo
con otro de más rango. A ver si la próxima vez que baje al pueblo me hacen el
retrato que me pides y dile a mi madre que ya me duele a boca de darle gracias
al cielo por mandarme a la casa de la prima Ana, para que me enseñara el arte de
escribir. Ni madrinita ni copón bendito tendría yo en este conflicto sin sus
riñas. Hasta dile que la quiero, que me pongo tonto con su recuerdo. Que esto
es muy feo Dolores, que tu nombre me viene al pelo. Que no pego un tiro y me
duele hasta la barba. Que entre Moclín, Tozar, Limones y Olivares no te sé
decir donde hace más frío si dentro o fuera del río. No me cabe más ná en el
papelillo este.
Espero
tu carta, un abrazo de tu Juanillo.
18
de febrero de 1938
Madrinita
Dolores
¿Quién
me iba a decir que iba a echar de menos los tiros? No te asustes porque no te
escriba, es que me han puesto a buscar maquis y como no doy con ninguno, me
dejan encerrao en el campo. Dos lunas completitas cuento aquí en la sierra,
Cañada del Montañés le dicen. ¿Y la casa de mi madre? ¿Sabes si sigue en pie?
Lo último que sé es que se fue para el norte y que tú me halagas el oído con
sus guisos. Si ahora yo los tuviera… Hace ocho noches que duermo donde las
cabras, en cabañas de piedra que ya quisieran en las trincheras.
Algunas
mañanas me parece escuchar al correo, me llama y me dice que tengo carta de
Sevilla y yo salto como un niño con caramelo nuevo. A mi me viene bien que
traiga galletas, las galletas de mi Madrinita. ¿Ha nacido mi sobrinito? Te dejo
que hace frío y me duelen hasta las uñas. A ver si hay suerte y pillo a algún
insurrecto para mi coronel que pueda mandarte mis palabras.
Un
abrazo de tu ahijado Juanito, bajo la misma Luna.
15 de marzo de 1938
Querida Madrinita
Dos, tres, cuatro y cinco
marcas cuento en el zapato, una por cada Luna aquí en lo alto.
No sé decir cual fue peor,
la de enero o la de febrero. En marzo le dio por llover y tenía que poner los
pies al aire a media tarde para que dejaran de pudrirse. Mis pulgares están sin
uñas, que las botas me vienen chicas, pero las mías no tenían suela ya y eso complicaba la cosa. Pienso en tu pelo, será liso o
rizado. Imagino tu piel blanca con las fachadas de mi Almuñecar y tus ojos
grandes y vivos como los de mi madre.
Un abrazo mi Madrinita, no me
olvides, por lo más sagrado te lo ruego.
Tu Juanito.
17
de marzo de 1938
Querida
Madrinita.
Yo
no sé como lo ve mi jefe de brigada pero yo cada vez lo veo más negro. Que si
se está solo en un campamento, patear sierra, por muy bonita que sea no me hace
sentir compañía. Todavía me queda una galleta, huele a rancia pero aún así lo
prefiero a los caldos de cardos del campo. Si yo tengo hambre y me traen pan y
tocino los compañeros solidarios, no quiero imaginar los encondíos como se la
apañan. No tengo noticias de Sevilla Dolores mía, que aquí no me llega ni el
eco de las sirenas. A veces, cuando me asomo a los salientes de la cañada se
oyen balazos, creo que ahí abajo se están matando entre
hermanos. Ya no me parece tan leal esta guerra, te lo digo ahora que nadie me
calla la boca. Es la cuarta carta que te escribo y que no puedo mandar así que
¿para qué me tengo que callar? Ayer ocurrió algo que no te puedo contar ni así,
pero siento una pena que encogería el alma a una de estas cabras. Por cierto,
hoy hay una menos, aburrido le he tirado piedras y una ha caído redonda. Si tuviera
ese atino con el fusil no jugaría a los cabreros, sería un asesino más en estas
fechas. No me preguntes qué prefiero porque ni claro lo tengo.
Amiga
Dolores, ya no sueño contigo, te hablo cuando estoy despierto. Un abrazo de tu
ahijado perdido, Juanito.
.................................................
Y
así pasaba mis horas de descanso mientras había luz. Leyendo una y otra vez
cada carta escrita y recibida. Qué desastre
de soldado. Aún sentía escalofríos en la espalda al recordar los primeros
movimientos sublevados en Granada.
Casi
cinco meses cuento aquí en la sierra, Cañada del Montañés la llaman, desde los
reyes hasta hoy, 15 de mayo de 1939. Estuve de soldado en Granada con los
nacionales casi desde el principio del revuelo y ahora que es ya guerra, ando
destinado al campo en busca de los azules que se han librado del paredón. No
soy perro que recuerde donde guardó el hueso pero en fin, ellos sabrán. A día
de hoy ellos mandan y yo hago lo que puedo, tampoco lo que quiero. La cosa es
que de soldado de infantería no cumplí mucho, una vez apresamos a un
republicano y fue a pedradas, se me olvidó que llevaba el fusil. Algún
compañero dice que soy un mimado de la contienda, que si no pego tiros es porque
mi pellejo no lo ha visto negro. No le digo yo que no.
Si
es que a mí me da igual, que yo creo lo que tenga que creer si con eso la
supervivencia se firma. La mía y la de mi familia, o mi media familia porque
para los que me quedan… Hace dos años éramos 8 hermanos y hoy faltan seis de
ellos y mi padre. A veces me pregunto qué hago yo aquí. Sobrevivir, eso seguro.
Que mi madre vio caer a sus dos pequeños el segundo día de revuelo (de 15 y 17
años), solo por ir a armarse y defender a los viejos, que todavía no sé con
certeza si eran malos o buenos. La mujer pensó que si me presentaba voluntario
a la falange perdería un hijo menos entre que la nieve volvía o no a la sierra. A
día de hoy, la nieve se ha ido dos veces
y desde la última no sé de mi madre ni un bocinazo. Y aún así, ni por mucha
canción que entone me convenzo de que matarse entre parientes tenga apaño.
A
veces doy gracias por mi destino a pesar de estar solo y abandonado. Que antes
tenía a mi Madrinita Dolores que me regalaba el oído y me mandaba galletas.
Hasta me habló de mi madre y mi nuevo sobrino. ¿Para que me ofrecieron que
buscara Madrina? Vaya alegría si de pronto me la quitan. El correo, que es tan
feo que hasta una oreja le falta, solo viene a recoger las nuevas para la Brigada. Y yo, mientras, un pie detrás
del otro por la media Hoz, que al Velillos no bajo. Yo he pensado que ningún
hombre, tenga la idea política que tenga, se esconde entre disparos así que
desde aquí voy echando vistazos. No envidio otras suertes y mucho menos la del muerto
de hambre con el que me topé ayer.
―¡Arriba
España! —gritaba como un descosido—. ¡No dispare por mi suerte, compañero! Apiádese
de la persona y déjeme partir que no cargo más pecado para los nacionales que
negarme a fusilar a mi hermano.
Sus
palabras eran una confesión rimada, ni la primera ni la última que se
escucharía en la contienda. Tras deponer
el cañón de mi fusil y escondernos en un saladero (abandonado y destrozado como
todo en estas fechas), el sublevado renegado me relató su pena al no poder
apretar el gatillo contra su propio hermano. Estando bajo órdenes de los
hombres de Generalísimo le tocó fusilar a un buen número de hombres. Quiso Dios
darle fuerzas para apretar el gatillo una y otra vez hasta reconocer el rostro
de su hermano delante de aquel muro agujereado. El pobre soldado se negó y
conociendo las mañas de su propio ejército se fugó antes de cualquier
represalia llevando a su hermano con él. Quien sabrá cómo lo hizo y si de algo
le sirvió. De su hermano se separó hacía un par de días a sabiendas de que
buscaban a dos hombres parecidos que cuadraban con su físico y estatura. Menos
mal que aún le quedaban luces a algunos. Pero claro, en guerra que estamos la
comprensión no sobra y pusieron precio a su cabeza: un ascenso o un buen favor
para el que los llevara de vuelta a las tapias del cementerio pues allí
encontrarían muerte como enemigos del régimen bajo pena de traición. Suerte que era chiquitito y estaba bien
comido cuando escapó. Se escondió en algún resquicio chico porque no podía
dejarse ver por rojos ni azules. En mi pobreza y experiencia solo se me ocurrió
dar este consejo al escondido:
―Tal
y como yo lo veo, y sin que nadie más me escuche esto, compañero, te quedan don
veredas que coger. En una eres tú y te matan, en la otra eres otro e igual te
escapas.
Esa misma noche, con mi amiga la Luna en sus peores días,
anduvimos de trompicones hasta el cortijo de la Cañada. La vivienda
llevaba vacía ya varias semanas, y la pobre familia cargó con lo justo, de
lo demás fuimos dando cuenta. En un armario, aún dobladas y con olor a ascuas,
quedaban varias camisas almidonadas y tiesas de limpias. Esas no nos valían.
Seguimos rebuscando hasta dar con un montón de trapos que a la señora de la
casa se le quedarían sin lavar. De allí cogimos algo y, como mandan el hambre y
la pobreza, con un atadero le ajusté los calzones. Confieso, a riesgo de que
alguien me deje tieso que di con un calzado nuevo, no que fuera de estreno sino
que me venía al pelo. Con suerte, volvería a ver uñas en todos mis dedos. Una
luna después, con lápiz y papel también apropiados en el cortijo, alcancé a
escribir esto:
2
de Abril de 1938
Querida Madrinita.
Aunque el frío debería
remitir yo todavía tengo los huesos congelaos. Me hacen falta tus palabras,
necesito tus galletas. Nunca supe antes que el cariño no quita el hambre pero
alienta el alma que ya es bastante. Que pena más grande me da no saber de ti
desde hace meses. Por si acaso no hablamos más, te quería preguntar algo: si
encuentro algún maqui que se deje atrapar y me dejan salir del tajo… ¿te
casarías con este soldado de campo?
Tu ahijado Juanito,
desesperado y enamorado de la esperanza.
¡Viva la madre que me parió!
FIN
- M.
De Ramín, C. Ortíz: Madrinas
de guerra: Cartas desde el frente. La esfera de los
libros. 2013
- J. Cervera: Ya sabes mi paredero: La
guerra civil a través de los ojos de los que la vieron. Planeta.
2005.
Web:
- http://cartasguerracivil1936-1947.blogspot.com.es/
- http://suite101.net/article/madrinas-de-guerra-que-escribian-cartas-para-los-soldados-a33310#.VeVK2fntmko
Y por favor, no dejáis de leer esto:
- http://www.sidi-ifni.com/index.php?option=com_content&task=view&id=68&Itemid=107
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