En mis propios zapatos
Este es
el rincón de las voces. Allá donde las verdades corren a esconderse para acabar
pegadas como los ratones en la miel. No hay remedio ni antídoto, tan solo
alguna hierba dormidera que entorpece los sentidos imponiendo un ritmo pausado,
pero engañado.
Qué más
da cuánto tiempo tardo en gritar al cielo ¿Acaso importa por y para qué
gritamos? No lo pienses y solo hazlo, grita, sin miedo, sin aguante y sin
cuerda.
AAAAAAAAAAAAAAAARRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRGGGGGGGGGGGGGGG
Otra
vez, grita
AARRGGGG
¡Vamos!
AAAAAAAAAAAAAARRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRGGGGGGGGGGGGGGGGGG
Ahora
sí, sácate eso que atrancó tu garganta. Mándalo a la mierda, al carajo o al
pulgatorio, al maldito lugar donde te apetezca. Juega a que eres capaz de
cerrar el cerco y dejar los borrones fuera. Los errores sí, esos estorbos
estarán siempre alrededor decorando con pintas negras el blanco tul,
parasitando el tejido. Parasitando. Parasitando.
Que respeto
y ansío el ciclo de la vida. Que soy egoísta e impaciente. Que quiero mis
benditos zapatos para recorrer el resto del camino.
No
soporto la culpa, en verdad. Tengo la prisa justa por detenerme a relatar mi
cargo. Que odio la idea de que mi padre desaparezca y vivir un luto que jamás
la vida me presentó. Pero ruego al que reparte estos asquerosos papeles que los
deje compartir mi vida los instantes justos para nutrir mis recuerdos de por
vida. Déjalos conocerse vida, déjemelos a los dos en una bella imagen. Únelos y
devuélveme la paciencia que te he tenido. Déjame convencerme de que levantarse
una y otra vez no es inútil. Te lo
imploro vida.
Que respeto
y ansío el ciclo de la vida. Que soy egoísta e impaciente. Que quiero mis
benditos zapatos para recorrer el resto del camino.
¿Es
pronto para pedirte? Ni mucho menos. Los días se me han escapado embotados y
nublosos, con una maraña en la frente. Un aglomerado de ideas desordenadas que
se esfuerzan, como no, en estructurarse con condura. Ilusas. Que no hay orden
para el corazón y la razón es un amigo al que no ves, al otro lado de whatsapp.
Y es
que los miedos a la inversa también funcionan (o eso quiero pensar). Que he
pasado dos décadas temiendo los golpes justo después de la risa y justo ahora
que veo el dolor acercarse veo también a la alegría dibujarse literal, real,
con carne y olor. No es un pronóstico ¿o sí?.
Que no
hay nada que me haga dudar de amar sin cordura, de entregar si extender la otra
mano, de donar mis días a semanas de abrazos. Que no hay mayor fruto del amor
que la preocupación conjunta, la compartida. La misma vida como regalo y
verdugo. Qué cabrona eres, vida. Con
cariño te lo digo.
Que me
caso papá, aunque no puedas prometerme que estarás ahí para verme. Que respeto
y ansío el ciclo de la vida. Que soy egoísta e impaciente. Que quiero mis
benditos zapatos para recorrer el resto del camino. Permíteme, vida, que seis
sean nuestros pies. Regálame a mi bebé de un vez y déjale conocer a su abuelo.
Antes de que sea demasiado tarde.
Yo solo
quiero mis propios zapatos.
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