PRINCESAS Y GATOS
Un cuento
para corazones irrompibles.
Érase
una vez una dulce princesita sobre la que pesaba una terrible maldición. Un
horrible y despiadado ogro la enamoraría y destrozaría su corazón. Pero la
princesita del siglo XXI no se quedaría de brazos cruzados sin cuidar de su
razón así que, así es como procedió.
Ella
quería la guerra y bien se preparó. Que no os engañen, ingenuas mujeres, porque
hacer el amor es la guerra más antigua que la evolución ha creado. La lucha
entre dos cuerpos que quieren el control del otro para estrujar el disfrute más
nutritivo y saciar las propias carencias. ¿No es esto igual a invadir otro país
por su petróleo o por sus materias primas? No lo niegues, en el fondo sabes que
llevo razón. No hace falta practicar juegos de Señores y Esclavas, tan famosos
ahora, para saber que cuando del cuerpo se trata hay unos límites de territorio
por proteger.
En los
límites de su castillo alzó impenetrables murallas que detendrían a los más
grandes gigantes: verdes, azules o morados fuesen. Los más sanguinarios
guerreros, generales y comandantes
sitiarían las murallas eternamente ignorando que dentro de las murallas,
la princesita y su pueblo tenía todo cuánto necesitaban. Los más veloces
caballos perecerían en el frío mientras los soldados menos piadosos envejecían
entre el alcohol y la nieve. Todo por evitar la guerra que, en retórica, es
inevitable.
Uno de
los más ambiciosos soldados fue a encontrar una colina cercana a la fortaleza
desde donde obediente, ofrecía guardia noche y día para informar a sus
superiores. Desde la distancia ideó un plan para atrapar el genuino corazón de
la dama que alimentaba a las águilas cada mañana desde el lujoso balcón de su
castillo. Pues el simple soldado quería convertirse en un fuerte y admirado
guerrero. Así que, hicieron llamar a una de las brujas de la comarca y le
propusieron un delicado encargo. La princesita buscaba protegerse de
horripilantes ogros despojados de humanidad y compasión, incluso de pegajosos
sapos encantados. Pero los dulces corazones femeninos no son inmunes a las
necesidades de otros. No hay mujer en el mundo cuyo corazón sea oscuro si no ha
conocido el amor.
Una mañana
temprano, mientras la princesita paseaba comprobando la seguridad de sus
murallas escuchó, tras la enorme puerta del castillo, el apagado arrullo de un
pequeño animal. Curiosa y demasiado angustiada para ignorarlo abrió la puerta y
recogió el enfermo animal entre sus brazos decidida a darle el cobijo y el
arrullo que la vida le había negado. Igual que a ella.
Pobre princesita ¿quién
nos protege de los dulces gatitos que arañan nuestra puerta en busca de
alimento? Cuídate mujer, cuídate de aquellos que toman la comida de tu mano
porque lo que lamen no son tus dedos sino tu corazón. Y antes de que te puedas
dar cuenta, ese órgano tan preciado que has protegido con doscientas armaduras
y cuarenta y siete murallas está cubierto por una fina capa de veneno llamado
pasión. El elixir dará muerte a tu independencia, a tu libertad y a tu cordura
en una relación de parásito y huésped. Latirás, latirás y seguirás latiendo mientras
el dulce gatito siga lamiendo tus dedos. Pero… cuando tu sabor deje de ser
nuevo o los rastros de la lejía, los cayos o los padrastros ocupen el lugar de
la ambrosía que el amante descubrió en tu piel, todo el horror de las
sangrientas conquistas se desparramará ante ti. Nada queda después de la
guerra.
Así pues, el dulce
gatito se fue instalando en el alma de la princesita, y desquiciado también él
por el dulce encanto del amor, optó por confesarle su engaño. La pobre
princesita lloró desconsolada como en la canción de Celtas Cortos pero de poco
le sirvió, pues su corazón ya había sido golpeado con furia por el puño del
amor. Entre amantes está “el sana, sana, culito de rana” y ella acabó rendida a
los besos de su soldado.
Y es que, los besos
de este hombre podrían pedir la rendición de Troya, sin Elena que valga.
Invadía y recogía, invadía y recogía, invadía y recogía. Sin salir y a pesar de
no tener aire no me quemaban los pulmones sino los labios, por la avaricia.
Besos y lametazos que aspiraban el aliento que ingenuo se escapaba. Manos que
rozaban allí donde mi piel se encendía llamándolas. Ideal, comedido, respetuoso
pero pasional, sugiriendo mejor que exigiendo. Contra la pared de nuevo, con su
cuerpo a lo largo del mío incitando sin tomar, delicado y sensual. Estos besos
no son los que yo esperaba de este hombre y eso era lo peor de todo.
El enamorado y
mentiroso soldado la convenció para abrir las murallas y dejar entrar al
enfermo y moribundo ejército a sus puertas. De esta forma la guerra de los
soldados se tradujo en la guerra de los amantes, que cansados de resolver
pasiones a medias se arañaron las almas despojando la salud de sus corazones.
¿Qué por qué luchaban? Quizás porque se amaban, quizás porque juntos cada uno
desapareció. Quizás porque sus manos comenzaron a oler a lejía o tal vez porque
él encontraba más cálido al aliento del alcohol al de sus labios.
Lo importante es
que tras la guerra los soldados se van y dejan mujeres viudas y embarazadas.
Despensas vacías y sueños robados. Tierras arrasadas por el fuego y casas sin
tejado. Y cuando quieres agarrarte a la esperanza y te miras dentro, el veneno
ha podrido el corazón. Lo que antes latía rosado y brillante ahora se contrae
negro y arrugado como un dátil que guarda incomparables dosis de dulzura tras
su horrible aspecto.
¿Cómo se pueden
disfrutar los besos de un hombre sabiendo
todo esto? Pues porque tener la verdad no implica tener la razón. El
gatito traía traje de ogro y sabiendo todo lo sabía, la princesita le
permitió lamer su corazón. Qué se fuera
cuando quisiera, que a fin de cuentas sabía, que cuando lo hiciera no le
quedaría corazón con el que llorar sino un cerebro con el que sobrevivir. Aún
le quedaba esperanza. E ingenuidad. ¿La ves?
¿Quieres saber qué
pasó con la bruja? La bruja se arrepintió por siempre de convertir a un buen
hombre en un ogro disfrazado. Ella sabía la verdad. Sin excusas y sin miedos,
la princesita y el soldado habrían logrado la paz y hecho el amor por la
eternidad. Pero lo complicaron todo. Como siempre. Una vez más. Con miedos
construidos en murallas y complejos confundidos con delirios de grandeza.
Ni todos son ogros ni todas somos princesas.
Basado en Por una cama de princesa.
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