El Globo y el Traje Viejo


Aquí os dejo un fragmento muy interesante de esta obra, a ver qué os parece: 



En la calle de las palomas 17, en una casa con la fachada de vieja piedra y paredes gruesas vive Don Ramón Abril y Torrecilla. Con sesenta y siete años de edad cada día a las siete y treinta y cinco de la mañana espera en la estación con un globo rojo y una carta. Desde 1967 solo ha faltado un total de 37 días a su cita. Dicen que en la vida los trenes pasan una vez. Yo no lo creo.


Cuando el clásico reloj de la estación de tren marca las siete y media, Don Ramón ya está esperando. Con su viejo traje de pana marrón y los pantalones planchados con una línea perfecta. Su abrigo oscuro y la bufanda, los guantes y el gorro de lana que la Señora Willfinger ha ido tejiéndole a lo largo de los años hacen su espera exactamente igual a la de ayer. En su mano derecha una carta escrita a mano, algo arrugada y amarillenta está envuelta a modo de papiro y atada con una cuerdecita roja hastiada y desecha en las puntas.  En su muñeca izquierda trae atado el globo que Roberto, el dueño de la juguetería le prepara cada lunes. El globo es de color rojo y totalmente circular como le gustan a él. Dice que sino no vale. Que tiene que ser así. Está sentado en uno de los viejos bancos de hierro forjado y madera verde que instan a los viajeros a esperar resguardados bajo los personales tejados de la estación, protegidos del frío por gruesos muros de piedra con más de un siglo de antigüedad. Parece congelado en el tiempo, como una estatua en una postura atemporal.

Puebla de Sanabria es un pueblecito al noreste de Zamora famoso por albergar el lago de origen glaciar más grande de la península en el Parque Nacional del Lago de Sanabria.  Pero en esta ocasión, serán sus callejones y su Estación de Tren los verdaderos protagonistas en esta historia.

El edificio para viajeros de la estación de tren es una clara muestra de la arquitectura propia de la zona  zamorana con estructuras realizadas con grandes sillares de piedra y amplio tejados de pizarra de varias vertientes. Un arco central y varios pináculos de piedra decoran y caracterizan el edificio. Aunque posee dos pisos, el edificio no destaca por su altura. Más bien por su carácter íntimo, nada impersonal, sino cálido, lugareño. Desde sus primeros días, su situación estratégica entre Orense y Zamora lo convirtió en un enclave importante, dotándose de una extensa playa de vías, un depósito de locomotoras, varios muelles de carga, grúas, aguadas y edificio anexos igualmente integrados en el entorno natural y verde salvaje pero no tan acogedores.

La imagen postaleña de Don Ramón sentado frente al frío y la oportunidad incitan al chocolate caliente, las porras y la guitarra dulce.

Hoy hace frío, la noche pasada ha dejado las primeras nevadas del otoño y el olor de la lumbre tiñe de calidez las calles heladas. En Sanabria la vida no se detiene con el frío. El bullicio de los niños en los parques, las señoras de paseo y los novios en los bancos libres de la irrespetuosa nieve que todo lo ocupa sin piedad. Todo seguirá igual hasta que las nieves lleguen más arriba de la rodilla. Entonces, solo entonces, la Señora Willfinger intentará convencerme de  quedarme en casa cada mañana hasta que vuelva la templada calidez de la primavera. Mientras, sigo siendo libre.

A las seis y media me he despertado puntualmente. Ya no necesito el despertador. Los hombres viejos tienen hábitos imposibles de romper. Colocando los pies al resguardo de las zapatillas de paño, me pongo la bata y voy directo al baño, como cada mañana me lamento con vergüenza ¡qué lástima, en lo que quedamos los viejos!. Abajo la Anny Willfinger me calienta el agua para asearme en la chimenea mientras en la hornilla me prepara mi té negro de origen inglés, - The best English Breakfast for you, Mr Abril – con esta frase Anny me saluda cada mañana. Yo asiento y lo tomo, siempre satisfecho, en su punto de leche y azúcar.

El reloj sobre la chimenea marca las 7 menos veinte y vuelvo a mi habitación para cambiar mi ropa. El invierno no ha mostrado sus dientes aún pero es bastante temprano y las noches aquí arriba son realmente frías. Cuando vuelvo a bajar me pongo las botas, el abrigo largo, los guantes y el sombrero de ala corta, el de color marfil, así que decido colgarme las bufanda que me regalo Anny hace … no recuerdo cuántos años hace, bastantes, seguro. Salgo de casa en la Calle De las Palomas y me dirijo hacia la Rúa, hasta la Plaza de Armas y continúa por Costanilla,  Arrabal y Braganza hasta coger la Carretera de la Estación y en diez minutos más de paseo estoy esperando el tren. Con mi nota en mi bolsillo derecho me siento en el lugar de siempre, miro mi globo y espero.

Hoy toca discusión, lo decido mientras descubro a través de la ventana de mi habitación que la primera gran nevada del invierno ha llegado. Abajo – The best English Berakfast for you, Mr Abril – lo cierto es que tiene su mérito. Anny lo recibe directamente desde Inglaterra solo para mí, extrañamente ella odia el café y desayuna chocolate y churros cada mañana, lástima que mi tensión no me lo permita. - Gracias, Anny.

Cuando me dirijo hacia la puerta, mi chaqueta, mi bufanda, mis guantes y mi sombrero han desaparecido. Al menos me ha dejado mi garrotica. – Ann, por favor – Furiosa, con movimientos bruscos y golpes por toda la cocina llega hasta el recibidor donde estoy, con la misma expresión de censura de cada año, cargada con mis complementos. Los cuelga en la gran percha de forja donde son habituales y comienza a ayudarme a calzarme y a vestirme. Cuando está bien segura de que todo está perfectamente colocado y abrochado vuelve arrugar el entrecejo, se da la vuelta y sigue hasta la cocina, donde la pierdo de vista.

Los años la han tratado bien, su rostro aún deja ver su rebeldía y conserva algo de su atractivo anglosajón.  Pese a su ceño fruncido sé que no es más que preocupación. Toda la vida preocupándose. Toda nuestra vida cuidándome. Esta es toda nuestra discusión.

Al cerrar la puerta detrás de mí, el sonido del reloj marcando las siete en punto se escapa del calor del salón y sé que hoy llegaré a tiempo de nuevo. Me dirijo por la Rúa, hasta la Plaza de Armas y continúa por Costanilla,  Arrabal y Braganza hasta coger la Carretera de la Estación y en diez minutos más de paseo estoy esperando el tren. Con mi nota en mi bolsillo derecho me siento en el lugar de siempre, miro mi globo y espero.

Hoy Aurora, la chica de la cafetería de la estación sale a saludarme. Antes de verla, una ráfaga de aire caliente y el olor a aceite delata que hay churros para desayunar en la estación esta mañana. Me ha traído churros, siempre lo hace pero Ann no lo sabe. Le doy las gracias y me despide con un tierno beso en la mejilla. No le importa besar a un viejo.  Hoy el tren llega puntual.

Hoy ha sido un día ajetreado en la juguetería de “Ron Ramón”. La heredé de mi tío así como su amor por los juguetes, su ilusión, su fuerza y su fe. O al menos eso me gusta pensar. Unos padres han venido a comprar en secreto los regalos para sus hijos. Él es mayor que ella. En realidad nos conocemos de toda la vida, es lo que pasa en estos pueblos pequeños. Sofía es de Orense pero vino a vivir con Fausto cuando se casó. Cuentan las malas lenguas que está con él porque tiene dinero, yo creo que en realidad se aman. Se tocan, se sonríen y se miran a los ojos constantemente. Cada tarde cuando hace bueno pasean por los parajes de la laguna. Creo en ellos, tanto como creo en el amor.

Han recogido una videoconsola que habían encargado y como siempre, los cuatro globos de navidad. Nunca imaginé que un solo hombre podría dar lugar a que todo el pueblo hiciera de su muestra de amor una tradición más en estas fechas. Se han llevado cuatro globos rojos en forma de esfera. Uno para Fausto, otro para Sofía, otro para Leonor y otro para Ana, sus hijas. Pondrán su nombre en cada uno de ellos y atarán una nota con un deseo escrito dentro de un sobre con la cuerdecita del globo.  La noche del 31, antes de cenar, cada uno atará su globo en el varal de su cama y recordarán cada día el sueño en el que pondrán sus pensamientos durante el año que empieza. Al menos mientras el helio funcione. Cuando comienza a bajar vienen a la tienda y los rellenamos hasta que cada sueño se cumple.

Este año, todos despediremos el 2012 con un nuevo globo y un nuevo sueño, menos mi tío Ramón.  Aún conserva el globo que quiso regalar a Julia la noche en que le iba a pedir que fuera su novia. Pero ella nunca llegó. Nunca se bajó del tren. Aún la espera 45 años después. A la misma hora y en el mismo lugar.

Autora: Hadha Clain (Fátima Ruiz)
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