Mejor aquí que en otro lugar
No me voy a andar con rodeos. Tengo que escribirlo y no quiero hacerlo en una novela, así que vengo aquí: AL RINCÓN DE HADHA.
Tengo miedo a repetir los patrones adquiridos. Madammes, Por una cama de princesa, Tres días desnuda, #363días... todas ellas tienen una madre ausente. Una figura que trasciende por su falta de compromiso, su renuncia o su falta terrenal y emocional.
Cuando las palabras que no se dicen rodean el corazón. El cerebro recibe una señal de auxilio y demanda más sangre; escoge no quedarse sin reservas, por si acaso decide saltarse un latido. Los pulmones envían un burofax al cerebro y este al corazón, que no puede hacer más que mirar las letras en cursiva y confiar, con amor ciego, en que la voz se lleve sus cadenas y le permita bombear los alveolos.
Cuando el escritor suscribe sus emociones al teclado, o a la pluma, es el acto voluntario de la narración quien desenlaza las palabras. Deshace los nudos con cariño y cuida, con afecto, de su orden y belleza para que el mensaje encuentre un lugar mejor donde contener la diástole. En un corazón de papel, en un trazo a carboncillo o en el raspado de una navaja sobre la corteza de un eucalipto. A la orilla de un río seco. A la orilla de algún lugar que un día fue comienzo. En el primer renglón de una página, con la banda sonora de clics rápidos y graves. La sístole que lleva la idea a los dedos, la diástole que recupera la satisfacción del secreto gritado al viento.
Y al final de todo, el Equilibrio.
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