DIARIO DE UN AÑO DURO

Hay días en los que todo importa mucho más. Días en los que la lágrima está ahí preparada, como el perro detrás de la puerta.

Lloras por todo lo que brilla. Lloras por las oscuridad. Lloras porque la felicidad da miedo cuando la posees en lugar de amarla. 

Se ha perdido tanto este año: vidas, libertad, trabajo... y yo no echo nada de menos. Y me siento culpable. ¿Por qué? No lo sé. Quizás si no lo echo de menos es porque he sabido adaptarme y no porque la pérdida no haya sido terrible. Un proyecto de casi dos años metido en cajas y aún sin concluir, aunque tampoco continua. Es extraño. Es duro. Pero ES, y el echo de ser consciente de ello constituye, en sí mismo, el gran regalo de este año de mierda. 

He perdido poco a lo largo de mi vida. En realidad, no he perdido nada. Nada era mío. Mi padre era una persona maravilloso que desempeñó el papel de padre en mi vida, pero se pertenecía a sí mismo. Su "papel" sigue existiendo hoy a pesar y a través del tiempo. Porque un padre es eterno. Mi madre se alejó, pero no se fue. Su ejemplo es mucho más claro, vive su vida porque es a ella a quien le pertenece. Yo la comparto a ratos, como sus nietos. 

Escribir sigue haciéndome sentir viva. Mi profesión sigue haciendo a otras personas emocionarse y sentir, despertar sus relojes emocionales. Les obligo a volver al reloj de pulso para que la aceleración del tiempo sea tangible. Me acompañan a sentir mientras aprenden y no solo a aprender sintiendo. ¿O es al revés? 


Me acompañan mis hijos: sanos y fuertes. Me acompaña mi esposo aunque a veces se nos pasen los días sin mirarnos despacio. Aunque siempre que volvemos la vista nos encontramos. Eso es muy bonito. Y ahora es Navidad. Esa época del año en la que deshacemos lo que ha estado mal hecho; hablamos con amigos a los que hace tiempo que no escribimos, abrazamos a parientes que llevan tiempo lejos, reímos con más intensidad y nos arreglamos más para agradecer al mundo su generosidad y que la suerte nos coja listos para el disfrute. Comemos más, bebemos distinto. Cantamos distintas melodías y el mundo se viste de rojo y blanco. Y ahora es Navidad. 

Como os he dicho en redes sociales YO DOY GRACIAS a la vida por ser tan benévola conmigo. Por darme más de lo que me quita, por hablarme en susurros y no gritarme a la cara. Y me diréis que estáis desenado que acabe el año pero... a mí me da miedo que el siguiente me quite más que este. Por eso me pican los ojos, por eso estoy aquí. Porque comprendo tu dolor, y el suyo, y siento un miedo atroz de que se convierta en el mío. 

Y ahora que te lo he dicho a ti, y me lo he dicho a mí, voy a suspirar y a sentir este temor. A inspirar tan dentro de mí que llegue al pecho y se quede adentro. Contendré la respiración hasta que la electricidad de cuerpo convierta la vibración del miedo en la vibración de la calma; y puede que le llame fe. Fe en que todo se arreglará, en que volverán tiempos mejores y en que conseguiré la sabiduría suficiente para que el miedo no me paralice NUNCA. 

OS AMO DE UNA FORMA INCUANTIFICABLE. 

COMO LO ETERNO. 

COMO AMAN LAS ALMAS. 


FELICES FIESTAS Y FELIZ ENTRADA EN EL NUEVO AÑO. 

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