La flecha del Amor

 #RETO3 #STORYTELLING Cubos de historias

Hoy vengo con algo diferente, al menos bastante más extenso. No es obligatorio leer hasta el final!

Las palabras son: FLECHA, LUPA, VARITA, PIRÁMIDE, TELÉFONO, LLAVE, CANDADO, EDIFICIO Y BRÚJULA (o rosa de los vientos, no tengo claro lo que es)

LA FLECHA DEL AMOR

Hace años que pienso que la peña ha perdido el norte, en serio.

Situaciones tan inverosímiles como esta no hacen más que convencerme de que el ser humano se merece la extinción por estúpido. No entiendo que ilusoria combinación del código genético lleva un ser vivo para encerrase en una pirámide de cristal, invertida, a ochenta y siete metros del suelo, malamente colgada de un alambre centenario tendido entre dos edificios y con un candado de goma Eva en forma de manzana. Pero no para aquí la cosa. Al que le tiemblan los gemelos para mantener la postura en la cúspide invertida de la pirámide es mi cuñado Manolo, al que solo mi hermana Laura puede rescatar atravesando la manzana de la pasión con una flecha de amor. ¿No puede bastarle con una llave de cartón, unas palabras mágicas o un acertijo? No, un acertijo, no.

Hasta aquí ya vamos mal, pero tranquila, que va a empeorar. Seguro. Al lado de mi hermana, en el suelo entre muchedumbres humeantes (estamos en julio y el asfalto derretiría el anillo de Frodo a veinte centímetros del suelo) está el hermano de mi cuñado, el Antoñito, deslumbrándola con la linterna del móvil (supongo que ha puesto el flash para grabarlo todo y que no haya sombras a las 13:45). Total, que el teléfono tiene que ser la hostia de caro porque incluso molesta, por si el sol no deslumbrara y quemara córneas con la suficiente efectividad. Y se me ocurre pensar que, para acertar con la flecha de plástico, Laura solo tiene que apuntar a donde no ve porque, entre reflejo y reflejo, yo de la manzana solo sé lo que me han contado; que bien podría ser una cagada de paloma harta de tomates. Mira que deslumbra el plexiglass o ¿será metacrilato? Hay una canción para esto, ¿no? Espero que Manolo tenga agua porque el efecto lupaallí dentro debe ser temible. Como se vuelva a hidratar con cerveza va a tener que colgarse de la Luna para la próxima. Aclaración: lo del espectáculo es una disculpa por una fiesta de soltería de sol a sol.

Por otro lado, si resultara la remota posibilidad de que las flechas y el arco fueran buenas, y no de la Feria de San Mateo, y el metal atravesara la estructura de plástico sellada con cinta americana y bridas del “todo a 100”, podría encontrarse con la sustancia grasa y blanda del trasero de Manolo. Quizás así algunos verían la luz y otros encontrarían la paz.

—¡Confía en la magia del amor, capullita de alelí! —la incitaba.

¡Capullita tu madre! El amor debe ser ciego y sordo, porque de lo contrario no me lo explico. A mi hermana le temblaba el pulso, pero no estoy segura de si era aposta, o no.

—A la derecha ¡No, no! ¡A esa derecha no! ¡A la otra derecha!

Joder así nos va en el gobierno central, si no nos aclaramos ni para esto….

—Cállate, Antoñito, al final vas a conseguir que lo mate… —regañó alguien.

—¿Qué lo mate yo? ¿Pero si aquí el chalado es él? ¿A quién se le ocurre subirse ahí? —protestaba mi hermana.

¿Y quién le habría ayudado? Digo yo. Porque solo no podía haber montado todo aquello, fijo que estaba apuntito de aparecer la agencia Efe. Las sirenas comenzaron a escucharse a lo lejos, Manolito se habría orinado sino hubiera sudado ya todos los líquidos del cuerpo.

—¿Qué hago, hermana? ¿Y si lo mato? —me preguntaba.

Debí volver los ojos hacia atrás porque comenzó a reírse como una loca. Solía hacerlo, era mi forma de decirle “este tío es gilipollas, tata”. Yo siempre le digo la verdad a mi hermana, es mi sangre y aunque el ser humano merezca la extinción nosotras seremos las últimas en caer. Resistiremos hasta repoblar con el mundo con Kenau Reeves y Charlie Hunnam. La pobre mira la flecha, que no es más que una varita de manzano medio retorcida, y gira el rostro hacia la estructura reflectante anti ex. Aguantando la risa eleva los brazos delante de ella, coloca la flecha rústica paralela al arco y en perpendicular a la cuerda. Intenta agarrar la madera en varias ocasiones, porque la plumita está pegada con silicona y se cae al primer intento. No sé cómo lo hace, pero consigue darse un aire a Katniss Everdeen en Los juegos del hambre. Es que mi hermana está muy buena para salir con un tío tan tarugo, en serio. Tensa el arco hacia atrás y se le escapa la flecha, todos aúllan. No sé por qué. Repite el proceso cuadrando aún mejor la apertura de las piernas y me dan ganas de tocarle el culo, aunque me aguanto. Pero que mira, que aquí estoy yo dándole al tarro sobre las posibles opciones cuando las leyes de la física han dicho “basta, hasta aquí el despliegue de gilipolleces”. No le doy más intríngulis a la cosa, que el chiringuito de ha ido al traste antes de que se dispare la flecha del amor.

Un extremo del cable que sostiene la capsulas de homo sapiens involucionado se suelta emitiendo un silbido rápido acompañado de un meteorito reflectante que surca el cielo en una elipse como la del Barco Vikingo de los cacharritos de la feria al que no le acompaña el sonido del chunda chunda sino el chisporroteo de las gotas de sudor de Manolo cuando caen al suelo. (Ni una coma, lo sé, es para que te ahogues tú también). Pero que nadie se ponga las manos en la cabeza, todos los tontos tienen suerte. Manolo acaba en mitad de la piscina municipal rescatado por Roberta, la hija del encargado de la biblioteca que gana mucho cuando se quita las gafas para trabajar de socorrista.

“Al final la flecha ha acabado en otro culo” pienso mientras observo la pirámide destrozada sobre la Rosa de los Vientos que decora el fondo de la piscina.

Ahora, mi hermana y yo estamos tomando unos mojitos de más con los bomberos, que al final sí que han venido y no veas los cuerpos del cuerpo de bomberos. El Antoñito me mira mal, quizás porque le he advertido que de como se le ocurra subir una sola imagen de mi hermana a cualquier red social, desde hoy a los próximos setenta y cinco años, le perseguiré hasta su sepultura. No soy policía, ni abogada, pero soy Inspectora de trabajo, que es mucho peor. Yo vuelvo a centrarme en Jose Luis, que me enseña su último tatuaje en el interior de su antebrazo; una rosa de los vientos con el globo terráqueo como fondo y cuya flor de lis está atravesada por una flecha. Curioso, ¿no? Me vais a perdonar, pero con esta flecha me quedo yo.

¡Hasta otra! ¡Y usa mascarilla!

 


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